viernes, 2 de marzo de 2012

Actos de bienvenida al Ciclo Lectivo 2012

Quienes hacemos Tierra del Sur queremos ser, aunque no seamos los primeros.
Queremos compartir, no competir.
Preferimos cosechar antes que desechar.
Y hacer amigos, antes que enemigos.
Para nosotros, llegar sólo es importante si hemos disfrutado el camino.
En Tierra del Sur hay espacio para quienes coinciden con nosotros y para quienes no. Para los fundadores, para los recién llegados, para quienes viven aquí, para quienes vienen de vez en cuando y para quienes no estuvieron ayer,
ni estarán mañana pero están hoy.
Sabemos que podemos aprender de todos, porque queremos aprender.
Y somos pretenciosos, tan pretenciosos que queremos  alcanzar las utopías
Dijo Bertrand Russell: "Una generación... podría transformar al mundo, dando nacimiento a otra generación de niños valientes, rectos y cándidos, generosos, afectuosos y libres. Su ardor barrería la crueldad y el dolor que hoy soportamos sólo por ser perezosos, cobardes, y duros de corazón. Es la educación la que nos ha dado estas malas cualidades, y es la educación quien debe promover las virtudes opuestas. La Educación es la llave del nuevo mundo." (…)
Este es una breve reseña de la Bienvenida a las familias del Nivel Primario durante el acto que se llevó a cabo el día martes 28 de febrero de 2012.



En el día de hoy 1ro de marzo de 2012 dimos la bienvenida a las familias del Nivel Secundario, donde se leyó un cuento de Franz Kafka, titulado "Un Mensaje Imperial":

El Emperador –así dicen– te ha enviado a ti, el solitario, el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte –todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del Imperio–, ante todos, ordenó al mensajero que partiera. 
El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable; extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no acabará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche.